La ansiedad no es tu enemiga: aprende a escuchar lo que quiere decirte
- Catalina Navarro

- 23 oct
- 3 Min. de lectura
¿Y si te dijera que esa dificultad para dormir, esa presión en el pecho, esas ganas de morderte las uñas o de revisar tu celular, esa autoexigencia constante y esa sensación de alerta permanente podrían ser señales de ansiedad elevada?
Vivir con ansiedad intensa sin saberlo es agotador.
Nada genera más malestar que no entender qué le ocurre a nuestro cuerpo y tener que librar una batalla silenciosa todos los días. Te desconecta de ti mismo.
Por eso hoy quiero recordarte qué es la ansiedad, para qué sirve, cómo se manifiesta y, sobre todo, invitarte a reconocerla con compasión y sin juicio, para que puedas habitarla de una manera más amable.

¿Qué es la ansiedad y para qué sirve?
La ansiedad es una emoción universal.
Todos los seres humanos la sentimos porque es una respuesta natural del cuerpo ante lo que percibe como amenaza o reto.
Estudios en neurociencias han demostrado que la ansiedad activa circuitos cerebrales básicos para la supervivencia humana. En su forma más adaptativa, nos ayuda a detectar riesgos, planear y prepararnos para afrontar la vida.
Sin ansiedad, seríamos mucho más vulnerables a los peligros reales.
La ansiedad funciona como el sistema de alarma de una casa: protege e informa de amenazas. Pero cuando está demasiado sensible, necesita ajuste.
No se trata de apagarla, sino de aprender a escucharla: se activa para avisarte de que hay algo importante para ti que necesita atención.
¿Cómo se manifiesta la ansiedad?
La ansiedad se expresa a través de cambios en el cuerpo, en el pensamiento y en la conducta.
🫀 Cambios en el cuerpo (fisiológicos)
Taquicardia, respiración acelerada o superficial, mareo, sensación de ahogo, presión en el pecho, tensión muscular, sudoración, molestias digestivas, pupilas dilatadas, boca seca, nudo en la garganta, frío en las extremidades o sensación de calor repentino.
Son señales del cuerpo que indican que el sistema de alerta está activado.
💭 Cambios en el pensamiento
Aparecen pensamientos catastróficos, atención hipervigilante, rumiación, intolerancia a la incertidumbre, pensamiento extremo (todo o nada), autocrítica excesiva, dificultad para concentrarse, anticipación negativa del futuro, miedo a perder el control o a “volverse loco”, e hipervigilancia sobre los síntomas.
Cuando la ansiedad está elevada, la mente pierde flexibilidad y perspectiva.
🧍♀️ Cambios en la conducta
Evitación de lugares o conversaciones, necesidad de controlar en exceso (planificar, revisar, confirmar con otros), hiperactividad, inquietud motora (morderse las uñas, mover las piernas), procrastinación, aislamiento, escape de situaciones incómodas, o búsqueda de alivio con conductas impulsivas (comer, fumar, beber, hacer “scrolling” en el celular, comprar).
También son comunes las “conductas de seguridad”: acciones que parecen dar tranquilidad, pero mantienen la ansiedad (llevar siempre agua, revisar el celular constantemente, no salir sola, etc.).

¿Cómo habitar la ansiedad con compasión y sin juicio?
La ansiedad no es tu enemiga. Es una emoción que intenta protegerte y enviarte un mensaje importante.
No podemos seguir luchando contra una emoción que solo busca cuidarte.
El problema aparece cuando la ansiedad se activa frente a amenazas imaginarias o cuando las historias que nos contamos aumentan el fuego interno. Puedes estar provocando un incendio en tu sistema nervioso al enfocarte solo en lo negativo o al sobredimensionar el peligro.
Para habitarla con más compasión, pregúntate quién quieres ser en las áreas importantes de tu vida y toma decisiones desde ese lugar, no desde la emoción del momento.
Cuando actúas de manera coherente contigo misma y agradeces a la ansiedad por su mensaje —sin dejar que dirija tu conducta—, el sistema de amenaza se calma.
Las emociones fluctúan.
Los valores permanecen.
Y son ellos los que pueden convertirse en tus mejores fuentes de estabilidad y motivación.
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